Cuando me permito sentir mi dolor, dejando mis pensamientos y juicios sobre por qué siento ese dolor de un lado, y me abro a dar espacio a ese dolor, de una manera física, este empieza a transformarse…Lo siento físicamente, una presión en el pecho o en la garganta, lo que sea que me molesta en el interior de mi cuerpo…y al concederle toda mi atención, empiezo a darme cuenta de la alegría que hay en abrirme a sentir eso, en permitirle ser. Quizás se vaya, quizás no.
Ese no es tampoco el objetivo. El objetivo es darle espacio, darle libertad…y estar atenta a lo que ocurre en mí cuando permito eso, cuando le doy la libertad de ser, de manifestarse, simplemente. Es ahí donde encuentro la alegría, dentro de mi dolor. En que tengo la posibilidad, tengo la elección de aceptarlo y abrazarlo, desde el desapego a si se va o se queda.
Es tan simple…simplemente me paro, cierro los ojos si así lo quiero, y estoy ahí, poniendo toda mi atención en lo que siento como si me fuera la vida en ello… amando lo que está pasando dentro de mí en este instante, el único instante en el que mi vida está sucediendo. Pura atención plena, puro mindfulness.
Siento amor al escribir estas líneas.
Creo que es el amor con el que nuestra vida nos ama en todos y cada uno de los momentos de ella.
Y podemos sentir ese amor de una manera muy clara cuando nos abrimos a permitirle ser Vida, simplemente, sin juicios sobre si lo que está ocurriendo en nosotros es bueno y malo… y dejando de resistirnos a lo que quiera que sea que está ocurriendo en este instante, en cada instante.
Como decía un monje budista: «El secreto de la felicidad es cooperar incondicionalmente con lo que está sucediendo».