Es posible que existan muchas más razones para no creer en Dios que para creer en Dios. Si atendemos únicamente a la razón, a lo que nos dicta el “sentido común”, Dios no existe, pues no podemos verlo ni tocarlo ni por lo tanto demostrarlo.
Y si sumamos la creencia mantenida en la mente colectiva durante tantos siglos a través de las diferentes religiones, de que Dios es una figura temible con la potestad de castigarte por todos tus pecados- pues sin duda eres un alma pecadora- no es para nada de extrañar el rechazo y el temor que genera la palabra “Dios” en nuestros días.
Y es que ciertamente durante siglos y siglos se ha mantenido la culpa en el altar, la culpa como un medio para poder controlar a la población a través de un justificado “temor hacia Dios”. Si temes a Dios, no pecarás y para ello tendrás que cumplir los dictados de la religión de turno. Y sino los cumples, eres tachado como “malo” e irás al infierno.
Estas ideas que aparentemente parecen tan “pasadas de moda” siguen teniendo no obstante un poder increíble en nuestro inconsciente colectivo. Y para ello me basta simplemente sentarme un ratito y observar todos mis pensamientos de culpa hacia mí o los demás (que al final viene a ser lo mismo).
La idea de que realmente puedo “pecar”, hacer daño a otros y ser castigado por una fuerza desconocida superior por ello. O de que el otro merece algún castigo por lo que ha hecho.
Y al mismo tiempo es evidente que todo esa idea de culpa y de pecado se está derrumbando desde hace tiempo por su falta de sentido.
Y es que cuando navego profundo en mi experiencia, cada vez se hace más claro que el cielo y el infierno son conceptos que solo existen en mi mente, y que soy yo misma quien se los crea en función de lo que elijo percibir, con mi propio poder. Yo tengo la capacidad de crear a través de mis pensamientos, el infierno de mi propio sufrimiento y de la misma manera, crear mi propio cielo donde liberarme. No hay ningún concepto externo a mí que tenga la capacidad de elevarme o de castigarme, pues se me ha dado todo poder en realidad.
Sin embargo entre las cenizas de todo ese concepto temeroso de Dios, existe la posibilidad de que amanezca en la mente una nueva forma de ver y experimentar esta palabra.
Confieso que he pasado muchísimos años de mi vida rechazando la palabra Dios, porque no podía creerme que Dios fuera toda esa figura amenazadora que me estaban contando y porque además yo desde mis razones, no veía ninguna prueba para creer que existiera.
Pero en algún momento de mi camino, de repente empecé a darme cuenta de que lo que yo veía a través de mis “razones”, de mis pensamientos, era una parte de la realidad tan diminuta que en realidad, NO era real. Y al principio tímidamente me dí cuenta de que había una inteligencia que iba más allá de mis creencias y que esa inteligencia era real. No podía ser que las estrellas, los planetas, la variedad de formas de plantas, animales, paisajes, personas…fuera una mera casualidad. Lo llamaba Universo, pero me negaba a llamarlo Dios.
Hasta que finalmente me rendí y me di cuenta de que si había una inteligencia superior orquestando todo lo que acontecía a mi alrededor, ciertamente era más grande que yo y ciertamente merecía poder llamársele Dios. Y aunque sé que la palabra en sí no importa, al mismo tiempo, deseo sentirme libre e inocente de usarla, quizás porque este concepto también ha sido muy maltratado y juzgado desde mi otro polo.
El concepto de Dios que yo pasé a experimentar no era por lo tanto un concepto religioso, no era un Dios que atendiera a criterios de bueno o malo, o que respondiera en mi cabeza a una idea de un Dios con una forma humana. Era un Dios desmontado de todo concepto, una inteligencia que lo abarca todo: todas y cada una de esas razones, de esos pensamientos que genera mi cabecita y que al mismo tiempo, abarca todo cuanto contemplo.
Dios ahí pasó a ser un concepto totalmente libre en mi mente, que podía ser experimentado como Amor, como vacío, como conciencia, como presencia, como libertad, como puro misterio…sinónimos dignos todos ellos en mi sentir, de la palabra Dios.
Dios desde ahí es un concepto abierto, libre y totalmente amoroso. Desde ahí Dios no me exige nada porque está tanto en mí como en todo lo que veo, y no puedo separarme de él porque no es nada que esté separado de mí.
Es ese sentir vivo, presente, que habita en cada instante, el misterio que ha dado lugar a todo cuanto contemplamos, la inteligencia omniabarcante dando lugar a vida y a experiencia por doquier, con una perfección tan absoluta que me doy cuenta de que ninguna de mis “razones” puede tener el más mínimo atisbo de lo que es.
Y es que ¿acaso puede ser demostrado o tocado el Amor? ¿puede ser demostrada o tocada la belleza?
En mi sentir, Dios es pura experiencia. Experiencia de Amor, de Unidad con todo lo que Es. Experiencia de total Poder interno y al mismo tiempo, de total inocencia.
Experiencia donde el tiempo desaparece y recuerdo que esta forma que llamo Maricarmen es sólo un sueño que una vez soñé pero que aún así hay algo real en ella, que no es nada de lo que ella piensa sino que es justamente Dios.
Y cuantas veces ahora al hablar de la palabra Dios temo precisamente ser crucificada o juzgada por hablar de ello.
Sin embargo cuando te abres a comprender a Dios desnudado de todos sus conceptos, experimentas una reverencia por todo y por todos aquellos que te rodean, una profunda humildad que te conecta con eso más grande que está por debajo de todas las formas que podemos ver y con las que te sabes Uno solo.
Ahí de nuevo, te das cuenta de que ningún concepto tiene el poder de dividir ni de separar, ni siquiera la palabra Dios, porque todo está en mi mente y todo fue creado con mi propio divino poder, que es exactamente el mismo poder que el tuyo.
El poder de Dios.
Descanso. Gracias a ti que estás leyendo, desde lo más profundo de mi corazón, por existir.
Instructora de mindfulness. Terapeuta transpersonal y maestra de Reiki.