A veces me paro un momento y empiezo a darme cuenta. Empiezo a darme cuenta de la locura en la que vivimos sumergidos. De cómo no podemos parar de etiquetar todo lo que nos ocurre como bueno o malo. De cómo no podemos parar de juzgarlo TODO. Desde una situación, una persona, un pensamiento, una sensación, una enfermedad…
Y entonces decido pararme y dejar de pensar que eso que me ocurre, que pienso o que siento, es malo…pero si es lo único que está ocurriendo en mi vida en este instante!!. ¿Acaso hay algo más? Entonces, ¿por qué juzgarlo como malo?
Aquí se trata de pararme en lo que estoy sintiendo y dejar de pensar que eso es malo. Es lo único que está ocurriendo…¿por qué juzgarlo como malo? ¿De verdad es tan malo? ¿No será más bien que lo hace malo es el hecho de que yo no lo quiera o de que lo rechace? ¿Por qué rechazarlo? ¡Pero sí es lo único que está ocurriendo en este instante!
¿Cómo yo me atrevo a decirle continuamente a mi vida? Vida, ¡tienes que ser así, como yo quiero que seas! Esto no puede estar ahí, pues yo –que por supuesto, estoy segurísima de que sé lo mas que me conviene- decido que es mejor que no esté.
Que profunda soberbia y falta de humildad tenemos ante nuestra propia vida. Siempre nosotros creemos que sabemos lo que más nos conviene, o incluso, lo que más conviene a los demás…¿de verdad lo sabemos? ¿DE VERDAD?
¿Por qué no admitir que no tenemos ni idea de que es lo mejor para nosotros o para los demás y dejarnos llevar por nuestra vida? Fluir sencillamente, sin tratar de controlar nuestros pensamientos, las situaciones, las personas y dejarlas ser como son. ¡Es infinitamente más sencillo! Y sin embargo, ¡cómo nos cuesta!
Cómo nos cuesta abrirnos y confiar en la profunda sabiduría que hay en nuestra propia vida…y a veces me parece tan evidente que se me hace profundamente doloroso seguir juzgando y resistiéndome…
¿Acaso cuando estamos creciendo en el vientre de nuestra madre durante 9 meses estamos preocupados por como seremos, cuanto ganaremos, con quien nos encontraremos?
¿Acaso estamos preocupados por sobrevivir? Y sin embargo la vida nos lleva, nosotros no hacemos nada y nacemos…y crecemos…y entonces un día, dejamos de confiar en la vida porque ya somos adultos y ahora sí, ya creemos que sabemos que es lo que más nos conviene, qué es lo mejor para nosotros y todo lo que no se ajuste a ello, zas! para fuera!
No nos percatamos de la inteligencia que ya existe en cada célula de nuestro cuerpo…de cómo funciona todo perfectamente sin nuestra intervención…de como la vida es vida, sencillamente…
Creemos que tenemos que hacer algo para que nuestra vida no se descontrole porque no confiamos en ella, no confiamos en la verdad esencial de lo que somos y que nada ni nadie puede alterar…somos poderosos, somos indestructibles…somos chispas de algo que es inconmensurable y que a la vez es nuestra propia esencia…
Lo que nos duele NO es nuestra vida, ¡nada de lo que nos ocurre! Lo que nos duele es el rechazo, la lucha permanente de nuestra personalidad por querer contener y dirigir ese flujo de vida hacia donde nosotros creemos que es mejor. Y eso nos agota. Es eso, y no lo que ocurre en nuestra vida, lo que nos agota.
Nuestra esencia, sin embargo, es maravillosa, simple…y no se esfuerza ni juzga nada.
Me hago el firme propósito de dejarme guiar por mi vida…de entregarme a ella y dejar de juzgar lo que me llega…de aceptar todo lo que venga y dejar que me atraviese limpiamente, sin oponer ninguna resistencia…más allá de que lo que mi personalidad y la personalidad de los demás opine acerca de ello.
Que profunda liberación, que descanso…¡uf! Sentarte en tu vida y por fin descansar, descansar… OCURRA lo que OCURRA en ella…