A menudo, en nuestra vida se nos pasa por alto que cualquier cosa que nos causa un problema, es en realidad una falta de perdón.
Es muy fácil que se nos pase por alto, a pesar de su rotunda sencillez: todo lo que te causa un problema, todo, es una falta de perdón. Algo que no has perdonado.
Y se nos pasa continuamente por alto porque a nuestro ego, que le encanta mirar hacia fuera o hacia otro lado, no le gusta mucho esto del perdón, entonces tiene muchos “lapsus” de este estilo.
Lo primero, seamos honestos. Cuando sucede algo que no me gusta en mi vida, normalmente lo primero que hago es tratar de buscar ahí fuera qué o quién tiene “la culpa”: el clima? La crisis? El otro? Mi dolor? Mi enfermedad? O el político de turno?
Vamos a ver, cuanto tiempo llevamos buscando ahí fuera la solución, sin encontrarla.
Porque esto de echarle la culpa a algo de ahí fuera ¿cuantos años llevamos ya intentando ver si asi nos sentimos mejor? Y oye, no funciona. Aun así parece que siempre nos queda una pequeña esperanza de que quizás si esta vez si que me sentiré mejor al echarle la culpa a algo de fuera.
Estamos tan acostumbrados, que lo hacemos continuamente sin darnos cuenta. Y fíjate, que si no me sirvió una vez es porque no tendrá la capacidad de servirme nunca. Pero, no importa. Si aún no hemos tenido bastante, podemos seguir intentándolo. No hay problema. Nos es permitido hacer lo que queramos con nuestra vida, con nuestra experiencia. La vida no tiene ningún problema con esto.
El problema podríamos tenerlo nosotros cuando vemos que eso nos lleva inevitablemente a sufrir, una y otra vez.
Sin embargo, hay un punto a partir del que yo puedo mover mi mundo y mi experiencia. Ese punto es el perdón. El perdón es aquella parte de nosotros que se da cuenta de que el problema no es lo que yo estoy viviendo en sí.
El problema siempre es lo que yo estoy interpretando respecto a lo que me está pasando.
¿Habeis visto alguna vez a un niño caerse, darse un buen trompazo y levantarse sin decir ni mu? (quizás con un poco de mala cara, vale, porque al fin y al cabo, le ha dolido, pero sin protestar) y seguir jugando como si nada.
Yo lo veo a menudo en mi hija y no deja de sorprenderme. No le asusta el dolor porque no lo interpreta. Ella está sencillamente presente y en su experiencia el dolor no es ninguna amenaza. Es algo natural que forma parte de su vida, pero como no se aferra a él ni le da ninguna interpretación, se va tan rápidamente como vino.
No sé en que momento decidimos que el dolor que sentimos es algo malo. En lugar de abrirnos sencillamente a sentirlo.
En ese punto puedes ver como cualquier cosa que te sucede y que te duele durante un tiempo, es porque no lo has perdonado. No lo has sentido, no lo has permitido ser. No quieres sentirlo, entonces lo apartas de tu experiencia y adivina qué: no se va. No se va porque lo único que está pidiendo precisamente es que lo mires: ser sentido, ser aceptado y acogido.
Ser perdonado.
A veces esto no es tan obvio en nuestra experiencia, porque se trata más de un dolor de tipo emocional. Por ejemplo, me dices o haces algo que no me gusta y me enfado contigo. Y me repito: el culpable es él porque ha hecho algo malo. Pero fíjate: ¿te sientes tu mejor así?
Vale, sí, quizás haya un regustillo por debajo de “yo he ganado porque soy más bueno” pero si lo miras bien en el fondo, tampoco te sientes mejor. Porque al culpar al otro en realidad el que se siente culpable eres tu. No me preguntes como funciona esto pero he comprobado en mi experiencia que es así. Si yo culpo a otro o a algo de fuera, me siento culpable, y me siento mal.
En el momento que te das cuenta de esto, es cuando puedes elegir mirar al perdón, ni siquiera ya por el otro o por lo que te pase, si no por tí, solo por tí. Miras bien en tu experiencia, sientes el dolor y tarde o temprano acabas viendo que viene de una interpretación sesgada de la realidad, que ha decidido pensar algo sobre lo que otro ha hecho, o sobre cualquier situación de la que se trate y que ese pensamiento te está haciendo daño a ti.
Y cuando ves eso, puedes ver también que existe otra interpretación diferente sobre la misma situación. Puedes cambiar tu perspectiva de la realidad, sobre la que esa situación o persona estaba asentada hasta ahora y verla desde una perspectiva más amorosa, más abierta.
Cuando reconoces que hay dolor en ti puedes reconocerlo en otros. Y desde ahí puedes entender profundamente de donde viene en realidad el comportamiento de la otra persona o la situación que ha ocurrido.
Es en este punto te vuelves completamente consciente de tu invulnerabilidad, vuelves a tu propia naturaleza. Ya no hay más necesidad de seguir siendo víctima de nada. Eres responsable de toda tu experiencia y nada ni nadie tiene poder sobre ti.
Ahora tu poder proviene de otra fuente más profunda: de tu decisión de perdonar. De ver amor ahí afuera, pase lo que pase.
Y entonces ves que el perdón en realidad se usa para “perdonar” algo que nunca fue una falta. Algo que fue más o menos desvirtuado. Pero que siempre fue, en esencia, Amor.
1 comentario. Dejar nuevo
[…] surge el perdón hacia mi humanidad, ahí surge la comunión con todo sufrimiento en mi hermano…entiendes […]