Creo que hasta ahora a muchas personas, muchas veces, se nos olvida que nuestras emociones tienen algún tipo de función. Que están ahí para llevarnos más tarde o temprano a darnos cuenta de algo que está más allá de nosotros y que a la vez somos nosotros mismos.
Parece que muchas veces, cuando nos encontramos tristes, ansiosos o enfadados (y somos conscientes de ello), nos sentimos mal porque pensamos que no deberíamos estarnos sintiéndonos así, y eso nos lleva a la culpa o al enfado hacia nosotros mismos o hacia los demás.
Si estoy triste, mejor esconderme no vaya a ser que alguien me vea llorar y le asuste, si estoy enfadado mejor tragármelo y poner buena cara no vaya a ser que piensen que soy una mala persona. Si siento miedo, que se vaya por favor que no quiero sentirlo!!! Y tenemos miedo tan a menudo que no nos damos cuenta de ello. El miedo es el opuesto del amor. Y sin embargo, está ahí también, en nuestra experiencia como seres humanos.
Sin embargo, a medida que avanzo en mi práctica regular de meditación y en la observación interior, voy experimentando en mí misma algunas de las verdades que propugnan muchos maestros, personas que han profundizado mucho ya en sí mismas y que ayudan a los demás a “recordar”, si es que así lo quieren.
Escucharles me ayuda a recordar y ver que el camino que ellos han recorrido les ha aportado grandes dosis de paz y felicidad, porque ellos lo han integrado tanto que ya lo transmiten desde su ser más profundo. Muchas veces es posible sentir de manera tangible en su rostro la paz y felicidad que sienten y que son.
Pero es mi propia práctica la que me hace ver que eso que les lleva ahí, a mí también me lleva cada vez más, al mismo sitio que a ellos, es decir, a la paz, a la felicidad y a la alegría.
Por lo que voy viviendo en mi experiencia, cuando me abro en meditación a sentir todo el mundo de sensaciones, emociones y pensamientos que siento, vivo y pienso, voy encontrando que aparentemente al menos, muchas veces estas sensaciones, pensamientos o emociones pueden venir a mí aparentemente sin una causa o un origen aparente.
Aparentemente no la tienen, o quizás yo no se los encuentro en ese momento.
En realidad no se trata buscar la causa ni el por qué. Es muchísimo más simple que todo eso. Es tan simple que lo ignoramos y lo pasamos por alto. Tan sólo se trata de sentir y permitir.
Yo solo necesito, al menos por ahora, pararme un momento, dejar el mundo y mis pensamientos a un lado y estar muy atenta a lo que está pasando en mi interior, a las sensaciones físicas que estoy sintiendo en mi cuerpo.
Si siento dolor, si siento miedo, si siento enfado…me abro a sentirlo. En eso radica mi libertad última. Puede que el dolor, la tristeza, la ansiedad estén ahí…pues como ya están, mi libertad última consiste en acoger todos estos estados con amor, dándoles permiso de ser, y sin aferrarme a ellos…viviéndolos hasta que pasen y quieran irse, sin juzgarlos como malos o buenos, simplemente dejándoles ser.
Puesto que ya están ahí, en mi presente, ¿por qué rechazarlos o luchar contra ellos? ¿Cuántas veces lo he intentado ya y no me ha servido?
Así que puedo sencillamente pararme y observarles desde un paso más atrás, como un espectador que va a ver una película al cine, dejando de creerme que yo soy ellos.
Se trata de darle la libertad a lo que quiera que sea que esté, de estar, de sentir lo que siento, sin enfadarme con ello ni rechazarlo. Y permitirlo completamente. Permitir que la sensación física que esos estados me producen, pueda llenar mi cuerpo y expandirse todo lo que quiera, a la vez que yo la observo sin juzgarla y con confianza. Sabiendo que todo eso- aunque produzca dolor- tiene una función aunque yo no la pueda comprender mentalmente. Confío en lo que está ocurriendo y dejo de juzgarlo como bueno o malo.
Pongo toda mi atención en sentir la sensación en mi cuerpo…y al estar completamente presente, tarde o temprano, se acaba disipando y acaba por disolverse.
Normalmente yo siento esa disolución como una apertura en mi corazón, o en todo mi cuerpo. Algo se suelta y la paz y la alegría que hay en ese gesto de abrirme completamente a permitir lo que estoy sintiendo, me embarga.
Y si lo que siento es amor, alegría y felicidad también les doy el permiso de estar. Y de que se expandan…hasta el infinito.
Y puedo ver la paz que hay detrás de todas las cosas.
Y puedo ver la paz que yo soy, y que es lo único que siempre queda detrás de todo. Y lo sé sin ningún tipo de duda. No porque nadie me lo haya contado, sino porque lo experimento, que la Paz, la Alegría y la Felicidad es mi verdadera naturaleza.
Esta es la función última de todas las emociones. Llevarnos a ese sitio. Y nuestra libertad última es nuestra decisión de elegir o no sentir lo que ya está ocurriendo en el único instante en el que está teniendo lugar nuestra vida, en lugar de seguir rechazándolo.